Evitación y Reexperimentación
Los recuerdos traumáticos, entendidos ampliamente como memorias de imágenes, sentimientos aislados, sensaciones corporales, ideas sobre uno mismo y el mundo, creencias que se modifican, y algunas claves sutiles que nos relacionan con el evento, generan mucho discomfort o desagrado.
Hay dos maneras de reaccionar a este malestar. La primera, es la evitación: huir de todos los gatillantes, conscientes o no, que se relacionan al trauma. La segunda es la reexperimentación o revivenciar, es decir el contacto involuntario con el recuerdo y las emociones y sensaciones relacionadas. Habitualmente una misma persona puede tener una mezcla de las dos.
La evitación al principio se siente muy útil, porque impide el intenso malestar relacionado con el trauma. Sin embargo, por las características de hiperalerta e hipervigilancia que ya revisamos, el cerebro inconscientemente va incorporando más y más estímulos y relaciona más y más cosas con el evento traumático. Esto hace que cada vez más elementos de la vida diaria se eviten, restringiendo la disfrutabilidad de la vida, la capacidad de hacer cosas, el repertorio de sentimientos para expresar, y las capacidades generales de la persona.
Cuando la persona no logra evitar, puede tener flashbacks (“volver a vivir” el recuerdo) o revivenciares, así como pesadillas, o recuerdos intrusivos. Todas estas son memorias pero que la persona no puede controlar cuándo ni dónde vivirlas, así que se sufren con sensación de descontrol y pensamientos negativos, y con gran temor.
Para entender todo lo anterior, utilicemos un ejemplo. Francisca sufrió un accidente de tránsito en su automóvil en que lamentablemente murió su esposo. Los primeros días, se sintió como paralizada, sin emociones (evitación). Cuando decidió volver al trabajo, prefirió no ir en automóvil (evitación) porque no podía dejar de pensar en su marido con ello. Decidió sacar todas las fotos de él de la casa para no tener los dolorosos recuerdos (evitación). Sin embargo, no podía dormir muy bien porque todas las noches tenía inexplicables pesadillas en que iba en un automóvil (reexperimentación). Se sentía muy irritable. Estaba muy sola, porque ya no quería juntarse con sus amigos (que eran también los de su marido); como además ya ni manejaba, casi ni salía de casa (evitación). Una mañana despertó muy atrasada, y decidió sobreponerse al desagrado y tomar el automóvil para llegar a la hora al trabajo. Mientras manejaba tuvo un recuerdo incontrolable; se sentía nuevamente en el accidente, recordaba a su marido caído sobre el volante, el olor a neumáticos quemados y un profundo dolor de cabeza. Tuvo que parar el automóvil y tuvo un ataque de pánico al borde del camino (reexperimentación).
Desensibilizar
Por todo lo anterior, uno de los primeros pasos en cualquier terapia relacionada con el trauma es desensibilizar. En términos simples, es hacer que los recuerdos traumáticos sean menos desagradables, que pierdan parte de su carga emocional. Aparentemente, esto sucede naturalmente en la mayoría de la gente. Otras personas, en parte por su carga genética, en parte por su apego temprano, en parte por las características del evento, tienen mayor dificultad desensibilizando sin ayuda, y desarrollan los síntomas de los que hemos hablado.
Cuando se desensibiliza, se accede al contenido de los recuerdos. Esto puede ser desagradable, y por eso se hace en un contexto de terapia, siempre seguro. Cuando esto se hace repetidas veces, el cerebro “aprende” que la memoria traumática, por muy desagradable que sea, ya no es peligrosa, lo que hace que además disminuya la reexperimentación y con eso lo desagradable del recuerdo disminuye. Cuando esto sucede, la persona poco a poco reduce la evitación, lo que a su vez mejora muchas de las actividades que había perdido.